lunes, 23 de junio de 2025

San Juan de Curiepe: Un Rave Sin Platos de DJ (Artículo escrito en 2005*)



El 24 de junio se inició en Curiepe, estado Miranda, una de las múltiples fiestas de San Juan que se celebran cada año en el territorio nacional. Esta se distingue por un particular ritmo de tambor, propio de esa localidad. Más que un reportaje, esta es una crónica llena de opiniones personales, escrita por un citadino globalizado.


Ernesto Soltero


Viernes 24 de junio: Mientras muchos se levantarían alrededor del mediodía debido a las "rumbas" del día anterior, yo me despertaba a las 6 de la mañana para estar en la universidad media hora después (por suerte, vivo cerca). Para quien no sea venezolano y no entienda el contexto: en Venezuela, cuando un feriado patrio coincide con el quinto día de la semana, el fin de semana se alarga. Un jueves común y corriente se convierte, así, en una suerte de "viernes", gracias a este "puente" de tres días no laborales.

A Curiepe iríamos algunos estudiantes de la mención Promoción Cultural, Escuela de Artes, UCV, a hacer un trabajo de campo. Para ser un "trabajo", resultó de lo más divertido. Se sumaron también algunos estudiantes de la mención Cine, quienes documentaron el acontecimiento, y unos cuantos invitados. Pese al atraso y al monstruoso tráfico –era evidente que todo el mundo había tenido la brillante idea de tomarse el día libre para irse a la playa, como siempre– llegamos a tiempo.

Si bien no presenciamos la "misa" de San Juan desde el comienzo, sí estuvimos allí cuando empezaron a resonar las campanas de la iglesia a ritmo de tambor. Esto fue, para mí, el colmo del sincretismo. Siglos atrás, los esclavos habían disfrazado su culto a una deidad africana (de imberbe apariencia) con la veneración a un San Juan niño.

En cuanto al pueblo, fue fundado en 1721 por un grupo de esclavos cimarrones.El santo a festejar, al contrario de lo que podría representar para un católico "eurodescendiente", es para los curieperos una persona con virtudes y defectos, bastante terrenales, los cuáles incluyen la pasión y el éxtasis.


Curiepe: Cultura Autóctona y Foránea

Podría creerse un pueblo que conserva sus tradiciones es ajeno a la globalización. No siempre es así. Al llegar a Curiepe, notamos el entusiasmo de sus habitantes por su festividad, pero también percibimos las influencias foráneas, tal cómo ocurre en la capital del país.

En el pueblo, los afiches de San Juan Niño convivían con carteles de Michael Jordan en los establecimientos. En los comercios no solo se escuchaban los tradicionales tambores, sino también salsa brava y reguetón. En las calles, los trajes "típicos" –solo usados para la celebración– se veían junto a los atuendos hip-hop y los dreadlocks lucidos por los residentes más jóvenes.

Mientras tanto, los vendedores se lucraban con la visita de los turistas, ofreciendo todo tipo de souvenirs, cómo por ejemplo estampitas del santo a festejar (la compré, a pesar de no ser creyente), banderines, cintas alusivas al evento, así como tambores y artesanías. En cuanto a estas últimas, no sólo se podían adquirir estatuillas del venerable “juancito”, sino también bustos de Chávez, Zamora o Juan Pablo II.

Al intentar subir al campanario de la iglesia con una "fría" (cerveza), una señora me regañó amablemente. Debí tener más sentido común; obviamente un templo católico no era un sitio para eso. Pero en un ambiente tan festivo, el factor "espiritual" –al menos lo que los cristianos entienden por "espiritual"– parecía diluirse en lo terrenal.




No había excusa para beber en "la casa de Dios". Esta seguía siendo un territorio ajeno al jolgorio. Todo ello a pesar de que las campanas sonaban con el "tumbao" afrodescendiente, y de que en vez de un órgano o una coral, oíamos repicar tambores. Apenas comenzaron las campanadas, quienes colmaban la plaza se alborotaron, empezando un grito cíclico que, de tanto escucharlo, se quedó grabado en mi memoria: "¡Ea! ¡Ea! ¡Ea!".

Las conchas marinas sopladas como trompetas sonaban al unísono, ejecutando una "melodía" de dos notas la cual no pertenece a nadie y pertenece a su vez a todo el mundo. Más tarde, al visitar el río, oiría los mismos ritmos, aunque de otra manera: parecían un grupo de samba, pues tenían los típicos tambores de una batería –bombo, granadero, redoblante–. aunque siguiendo compases tradicionales. Sólo faltaba que sustituyeran las conchas marinas por pitos.

Un Rave Sin Secuenciadores

Lo primero que se me ocurrió pensar a mí, una persona mestiza y perteneciente a una cultura híbrida, más conectada al resto del mundo que a su propio país (a menos que escuche "rock nacional"), es que, si alguien tenía dudas de la influencia de la música negra en la música contemporánea, podía comprobarlo por sí mismo asistiendo a celebraciones de este tipo.

Al escuchar los tambores y su ritmo marcado, con mucha cadencia y poca melodía, no pude sino pensar en un "techno" hecho con madera, sin secuenciadores. El ritmo se aceleraba repentinamente, y se alcanzaba un clímax similar al que uno experimenta en una fiesta rave, aunque estimulado por los líquidos etílicos, cortesía de "La Catira" y "El Oso", y otros mucho más fuertes, como esa mezcla casera de aguardiente con parchita. Para colmo, por la noche se veían unos adornos de luz intermitente que la misma gente del pueblo compraba.

Por otra parte, basándose en melodías con al menos tres siglos de antigüedad, la gente improvisaba rimas. No pude evitar recordar (Otra vez hago mi análisis urbano) a géneros como el hip-hop o el raggamuffin, donde se hace lo mismo con bases rítmicas las cuáles muchas veces no pertenecen a quien las canta, solo que hoy en día tienen derechos de autor. Al parecer, en la genética de los negros siempre ha existido esa tendencia.


En cuanto a compositores de música académica contemporánea como John Cage, quienes especularon con la atonalidad o el hecho de plantear una música sin final determinado, es obvio que estaban descubriendo el agua tibia (aunque seguramente lo sabían, como estudiosos que eran). También había mucho de lo que Allan Kaprow, artista plástico estadounidense, bautizó como "happening": un tipo de performance donde el público participa en la obra, sin una separación tan marcada entre artista y espectador.

El 25 de junio fue "el encierro" de San Juan, día en el cual la estatuilla del santo es llevada en una procesión de regreso a la iglesia, y una muchedumbre lo sigue al compás de los tambores. Para mí fue algo así como un "love parade" (evento de música "techno" realizado en Berlín todos los años) sólo que, en lugar de seguir a un camión con altavoces, se seguía a una escultura santificada.

Al final de la festividad, el alboroto en la plaza fue grande: casi se derrumba la puerta de la iglesia. Cuando le preguntamos a un curiepero el motivo, se limitó a contestar: "Eso siempre es así. Otros años la han tumbado completica".

Pensé también que, tal cómo ocurre con géneros como el punk-rock, los tambores de Curiepe son alegres, pero a la vez agresivos: De esa manera descargaban los esclavos su ira acumulada, producto de la represión blanca. Y aunque los tiempos han cambiado, seguramente las frustraciones diarias por otros factores (la rutina, por ejemplo) se descargan musicalmente hasta que la gente se alborota y derrumba un portón. Nosotros, lias citadinos, tratamos de hacer lo mismo al asistir a toques o eventos bailables. Es posible verlo hasta en el reggaetón.

Para culminar este apartado, me gustaría expresar una opinión bastante personal: después de tanto meditar sobre las analogías de la fiesta de San Juan con un rave, se me ocurrió pensar en cómo la evolución tecnológica y la civilización nos habían alejado de nuestros orígenes tribales. El arte, en general, era un reflejo de todo eso, ya que antiguamente era más anónimo y perteneciente al colectivo, y habíamos evolucionado hasta el reconocimiento de la creatividad individual.

Irónicamente, nosotros, pertenecientes a una cultura urbana donde predomina el individualismo, hemos querido recuperar ese espíritu de tribu con la tecnología, reuniendo muchedumbres alrededor de un DJ, y quizás también alrededor de un grupo de rock. Por supuesto también recordé de Michel Maffesoli y su concepto de "tribus urbanas", aunque estas no necesariamente cultiven la fiesta.

En cuanto al elemento dancístico , nuestra mentalidad moderna nos lleva a percibir la música bailable cómo algo tonto comparado con otros géneros más “serios”. No obstante, esta noción, donde los géneros académicos, hechos tan sólo para la escucha, son superiores, bien podrían ser una imposición cultural europea, nacida en el clasicismo. Cabe agregar qué géneros cómo el vals, respetado y cultivado por académicos, también nacieron cómo música bailable.

*Publicado originalmente en corriente-alterna.net, portal en el cual el artículo ya no está disponible

Fotos cortesía de afroamiga.wordpress.com y noticiasbarlovento.wordpress.com